¿Y si tu propósito de vida es más sencillo de lo que crees?
Lo que he aprendido hoy caminando por mi calle y un homenaje a los propósitos de vida lentos y sencillos.
Todos los días, el quiosquero de mi barrio despliega un arsenal de revistas, libros, juguetes, periódicos, cromos, coleccionables, regalos… Es uno de esos quioscos grandes en los que tienen de todo.
El caso es que hoy, cuando he pasado por delante, como cada día, he caminado más despacio y me he detenido un segundo a observarlo. Estaba colocando delicadamente las revistas en el estante interior, asegurándose de que todas asomaran y se identificaran bien, midiendo la distancia entre ellas para que fuera igual y estuvieran a la misma altura. Se movía lento pero seguro, perfeccionando sin prisa la imagen de su pequeño templo.
Cada mañana hace lo mismo: saca sus múltiples artículos, los coloca con cuidado y, al final de su jornada, deshace el trabajo para guardarlo todo hasta el día siguiente. A veces apenas vende unos periódicos y un par de coleccionables, pero sigue poniendo la misma dedicación y esmero.
Me pregunto: ¿Se sentirá solo o incluso idiota alguna vez? ¿Pensará a ratos que está perdiendo el tiempo? ¿No se ahogará en la idea de que nadie lo valora ni lo ve, o de que solo unos pocos le compran, en comparación con todo el tiempo y cuidado que dedica a su quiosco?
Un poco más adelante, en el puesto de flores, hay otro hombre que hace algo similar. Cada día abre sus toldos, saca dos mesas, las monta, las limpia y coloca sobre ellas su gran catálogo de flores, plantas y macetas.
Pone siempre los claveles encima de las siemprevivas y los girasoles a la derecha, bajo las orquídeas. A la izquierda del puesto, están las macetas pequeñas. Hoy las regaba y les quitaba las hojas secas con mucho cuidado. Lo tiene todo organizado: dentro de su pequeña caseta guarda un rollo de papel kraft perfectamente colocado al lado de las cintas de colores, todo listo para envolver los ramos.
Hay días en los que no le compra nadie. ¿Sentirá su vida vacía y silenciosa? Hoy, mientras llovía, estaba sentado en su silla, resguardado, mirando a los lados y esperando que alguien quisiera comprar flores en un día de lluvia. ¿Lo conseguiría?
En cualquier caso, en breve tendrá que recoger cada cubo y cada flor y guardarlos hasta mañana. Y vuelta a empezar.
Llevo un tiempo inmersa (y un poco obsesionada) en la idea de que debo encontrar mi propósito en la vida, mi vocación, eso que he venido a hacer al mundo. Hoy, pensando en ellos dos, me ha sorprendido la sensación de que quizá eso que busco no está tan lejos ni tiene que ser tan complejo o relevante.
El propósito del quiosquero es colocar cuidadosamente las revistas y los libros cada día, y probablemente el cuidado que pone en ello sea más para él mismo que para los demás.
¿Por qué yo no logro pensar en mí cuando pienso en mi propósito y siempre lo reflejo en los demás? ¿Por qué el mío tendría que ser superior o especial? ¿Acaso el suyo no lo es? Porque yo creo que sí. Entonces, ¿por qué me empeño en perseguir algo que no sé qué es y que siento lejos, como si tuviera que hacer un enorme esfuerzo para llegar? Siempre corriendo, siempre esperando, siempre buscando, siempre persiguiendo.
Acabo de terminar de leer El hombre que plantaba árboles, de Jean Giono, la historia de un campesino que dedicó toda su vida a sembrar bellotas en un campo seco para llenarlo de vida. Cada día seleccionaba con cuidado las mejores bellotas y caminaba kilómetros para plantarlas. Después de una vida de dedicación, consiguió crear un inmenso bosque que cambió la vida de los pueblos de alrededor.
No lo hizo para ser importante ni famoso; solo quería estar tranquilo en su cabaña y encontró en ese pasatiempo un consuelo para su soledad. Dedicó su vida a la naturaleza, aprendió a escucharla y comprenderla. Su única preocupación era: ¿dónde planto hoy? No pensaba en el resultado ni en el éxito, se enfocaba en su propósito, tan sencillo e insignificante a simple vista, pero que, con constancia y esfuerzo, derivó en algo mayor.
¿Se sentiría alguna vez como si su vida fuera absurda? Porque nadie le aseguraba que esas bellotas fueran a brotar… Falló muchas veces y le costó toda la vida. ¿Por qué no desistió?
Tengo 29 años y no sé cuál es mi propósito. No sé si voy tarde o demasiado pronto, y no puedo prometer dejar de obsesionarme con la idea de encontrarlo. Pero después de esta lectura y del paseo de hoy por mi calle, voy a intentar dejar de buscarlo tan lejos y de verlo tan complicado en mi mente.
Voy a empezar a pensar que quizá ya lo conozco, que seguro es más sencillo de lo que imagino, que tal vez se esconde entre la prisa, y que no logro verlo porque a veces me ciega el futuro, la incertidumbre o la sed de hacer más, y se me olvida mirar lo que tengo justo delante.
A lo mejor ni siquiera hay que buscarlo, a lo mejor simplemente se cultiva, ya lo está haciendo, día a día, sin darnos cuenta.
Yo creo que todos sentimos en muchas ocasiones que la vida es absurda, que esta existencia carece de sentido. Algunos lo pensamos más que otros y masticamos ese pensamiento sin pagar. Otros, lo piensan y lo dejan ir, porque tienen muchos otros pensamientos que los agobian más; muchas más responsabilidades, carencias y menos privilegios. Porque tener el tiempo y el espacio de pensar en el sentido de nuestra existencia se convierte en un privilegio, cuando la misma vida nos pasa por encima y no nos deja ni respirar :)
Juan José Millas decía el otro día en su columna que para encontrar las cosas hay que dejar de buscarlas. Hoy su propuesta me libera un poco, por si a ti también. Podemos probar, por una vez…